Estas dos últimas semanas he pensado mucho en Jóvenes prodigiosos y en El indomable Will Hunting, dos películas estrenadas en los años a caballo entre finales de los 90 y principios de los 2000 que trataban de forma más o menos directa las miserias de la clase intelectual que pulula por las universidades. En el segundo de los casos, el de la peli sobre el chaval con problemas que resulta ser un genio de las mates, podemos hablar del profesor adjunto Tom —interpretado por John Mighton, matemático en la vida real y creador del método para niños Jump Math— que se pasa toda la película siguiendo al reluciente profesor titular que lo manda hasta a por café. También, por supuesto ÉL. Y es que no hubo nadie en aquel 1997 que no odiase a este estudiante de Harvard presumiendo de su educación. Retrocedamos un poco. A pesar de que al hablar de universidades más antiguas se suele citar las de Bolonia, París u Oxford, el origen de la universidad, como el de la civilización, hay que buscarlo en Mesopotamia y África. Dos de las primeras escuelas superiores dedicadas no solo en enseñar sino en reconocer a sus estudiantes con algún tipo de credencial fueron la Pandidakterion en el siglo V d. C. en la ciudad de Constantinopla y cinco siglos más tarde, la universidad de Qarawiyyin, en Marruecos, fundada, por cierto, por una mujer: Fatima Muhammad Al-Fihri. Sin embargo, el concepto universidad tal y como lo conocemos ahora no llegaría hasta el siglo XI, en Bolonia, entre otras cosas gracias al establecimiento de dos conceptos fundamentales: el de libertad de cátedra y el de un título universitario que mantenemos a día de hoy: el doctorado, palabra proveniente del latín docere (enseñar) y del griego δοξα /doxa/. Pero lo de "doctor" venía de largo. Ya en el cristianismo primitivo, doctor era sinónimo de sabio y se adjudicó dicho apelativo a ciertas autoridades cristianas expertas en la doctrina. De hecho, las primeras universidades europeas operaban bajo el amparo de la Iglesia católica y se regían por sus normas. En la universidad de Salamanca, por ejemplo, las funciones del magister scholae —lo que veía a ser el rector— estaban recogidas en los estatutos de la vecina catedral de Salamanca. El término "máster" también aparece en las universidades medievales y a diferencia de doctor, que se empleaba para aquellos licenciados en Leyes o Medicina, se utilizaba para designar a los expertos en artes liberales. Pero si en algo innovaron aquellas primeras universidades europeas fue en la necesidad de que quedase constancia de ese título. Así pues, los estudiantes de la universidad de París ya en el siglo XII recibían de manos de la diócesis de París un título que acreditaba que habían superado con éxito sus exámenes. Y así hasta hoy. Más o menos. La pura verdad es que escándalos en la universidad a cuento de títulos ha habido muchos durante los últimos años, como aquellos ministros alemanes que dimitieron tras conocerse países que habían plagiado sus tesis doctorales. No olvidemos tampoco que el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, montó una universidad con un valor académico próximo al del campamento Krusty y que expendía títulos que tenían la misma validez que un billete hecho de obleas. Al final, ha tenido que pagar 25 millones de dólares a los alumnos afectados. El caso es que siglos más tarde de que las universidades comenzasen a dar papelitos con tu nombre, las clases sociales menos pudientes comenzaron a acceder a los estudios superiores. Y con la salida al mercado laboral de cada vez más personas con títulos universitarios empezó una carrera frenética por ofrecer titulaciones cada vez más precisas e incluso rimbombantes, sobre todo en los estudios de posgrado y en las modalidades telemáticas. Al fin y al cabo, esto va de competir. Volviendo al rubio relamido de El indomable Will Hunting, cabe recordar que después de que Matt Damon le lea la cartilla y le deje por cantamañanas y vendehumos, este le espeta "Pero yo tendré un título y tú servirás patatas fritas a mis hijos cuando paremos a comer algo antes de ir a esquiar". Cada uno que saque sus conclusiones. Selección del contenido y redacción de la carta: Cristina Ortiz @chococriskis |
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